11 de noviembre de 2010

Los clientes de un banco

El reloj marca las 9.15 de la mañana y las puertas se abren para recibir a todos los clientes que como cada día van a realizar su operaciones bancarias, hay personas tan diferentes, están los que van por primera vez y no saben si hacer cola o sacar ticket, están los menores de edad que son enviados por sus padres sin saber que no podremos atenderlos.

Transcurren las horas, y en cada persona que cruza esa puerta y hace fila para luego llegar a la ventanilla, hay una historia distinta, cada persona entra con un rasgo que los caracteriza y que antes mencionaba, esta también aquel hombre con los ojos cansados y el cuerpo pesado que se recorrió varias calles y varias direcciones para luego llegar a depositar una docena de cheques a nombre de la empresa que lo contrato, este hombre en particular llamó mi atención, se inclina sobre la ventanilla y mientras se procesa cada operación por cheque, sus cansados ojos se cierran y disfruta de un breve pero placentero sueño, me quedo sorprendida su historia es la misma todos los días, pero ese cansancio no lo detiene y cada día se levanta para afrontarlo, imagino que detrás de él hay una familia, hay hijos, esposa, padres etc etc hay responsabilidades por cumplir y obligaciones por pagar.

Ya debe pasar más de los 50 años, el cabello canoso y una barriga muy grande que hace que el chaleco cierre con esfuerzo, pero admiro a este hombre tan igual como aquella mujer de condición humilde que arriesga día a día su vida al traer en efectivo fuertes cantidades de dinero en una bolsita a depositar, dinero que es abonado también a cuenta de otra empresa.
Admiro estas y otras historias más, nunca antes me detuve tanto a pensar en la vida de cada persona que llega al banco, ahora que estoy casi todo el día en el, puedo ver aún en sólo una mirada o expresión una historia distinta, pero a la vez tan parecida a la mía, puedo identificarme en algo con cada historia y no porque directamente me haya tocado vivir cada historia, sino porque también me recuerdan a mi familia, amigos y conocidos, a veces a llegado a pasar que mis ojitos se llenaron y estuvieron a punto de estallar en lagrimitas viendo cada historia pasar ante mis ojos, historias que no necesitaron ser contadas, ser gritadas ni ser publicadas en un libro para saberlas, sino que con el simple hecho de verlas en cada rostro fueron suficientes para despertar en mí cada sentimiento tan diversificado.

Y como estas hay muchas más y más historias que contar desde la ventanilla de un banco, desde el cliente coqueto, desde el viejito renegón, de la señora que te agradece, de las señoras con bebes hermosos, de los abuelitos muy tiernos, de los clientes que te regalan algo. En fin muchas muchas historias pero será para contarlas en otro momento

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