19 de mayo de 2009

A una madre, a una mujer, una hermana, una amiga, una hija

Las agudas lineas de expresion sobre la frente y debajo de los párpados no podían ocultar los años y es que el tiempo avanza y no se detiene, cada línea(arruga) hablaba más que mil palabras, cada año pesaba tanto como aquella grande y sucia mochila que cargaba sobre sus espaldas, un roto y astillado palo que improvisaba como baston sostenia el peso de aquel jorobado cuerpecito de apenas metro treinta; y aquellas manos sucias de tanto trabajar todo el dia separando lo mejor de todo desperdicio botado por cada uno de nosotros, se escabullian en el pequeño pero tan valioso monederito para sacar de el unas cuantas moneditas y con eso pagar el pasaje que la llevaría de vuelta a su destino; otra vez lo de siempre, otra vez la misma rutina, parecería que la vida y el tiempo se pusieron de acuerdo para encapsularla en este día a día tan agobiante que recorría junto a la gran temida soledad, que para ella era su merjor compañia.
Para la gente era una más del montón todos corrían por regalos para el día de la madre, había que tomar prisa era sábado por la noche vísperas del día de la madre y según lo que dictamina este mundo interesado y aferrado a las cosas perecibles y a las que muchos de nosotros nos hemos adaptado, mamá no podría quedarse en su día sin regalo No Señor!. Todos presusrosos en llegar a su destino con regalos en brazo, se acomodaban como podían con paquetes y bolsas en tan pequeña combi (vehículo de transporte público usado en Perú, parecido a un bus pero pequeño) con veinte asientos; uno de ellos estaba aún desocupado y es que paraderos después subiría esta mujer que habló mejor y más que todo un catedrático con su mejor discurso, y es que esta anciana no necesitó abrir la boca para ser escuchada y hablar al corazón de esta inexperta y mil veces superficial joven al lado de ella.

El cansancio jugueteaba con esos pequeños ojos color café y los dedos frios por la humedad se entrecurzaban adornados de un par de simples y viejos anillos encontrados en algún basural y que hablaban de que aquella mujer aún creía en el amor, ella aún tenía una esperanza, ella aún tendría el valor de creer y es ese corazón, el que el Maestro vio aquella noche de sábado, en que nadie voltió a verla, nadie alcanzó a mirarla, nadie le regaló un sonrisa, nadie atino a darle algo perecible siquiera, es aquella noche en que ví a aquel Jesús caminando otra vez, vi aquel Jesús que extendió los brazos, vi aquel que hablo a multitudes, vi aquel que regalo un beso y una sonrisa, vi aquel que hasta el pan compartio y esta vez no fue la excepción.

Ese Jesús hoy mora en tí y es tan real que puede sorprenderte, te esta hablando a cada instante para que actues, hasta cuando lo tendrás egoístamente sólo para tí, sin compartirlo a los demás? PV.
Foto: Cartas del Este